Şubat 28, 2023

Fiesta de Empresa.

ile admin

Fiesta de Empresa.
Llevaba una semana en mi nuevo cargo como supervisor de atención al cliente en la sede de París de una empresa americana, cuando por el correo electrónico interno de la compañía me llegó la invitación para celebrar el aniversario de la fundación de la compañía en EEUU.

Me tomó por sorpresa, por cuanto yo apenas era un recién llegado, con mis 28 años de edad, y había terminado la universidad un par de meses antes. No tenía experiencia laboral, y además era poco más que un desconocido.

La invitación señalaba que se celebraría en un castillo a las afueras de París, un día sábado, y que era necesario llevar la invitación para poder pasar de la garita principal. En cuanto a la vestimenta, pedía ropa estrictamente informal. Me llamó la atención por cuanto siendo un aniversario empresarial, en un castillo, lo más apropiado tendría que ser una vestimenta cuando menos, formal.

De cualquier manera, todavía faltaban 15 días para la fecha de la fiesta, de manera que había tiempo más que suficiente para que los organizadores efectuaran cualquier ajuste que considerasen necesario.

El día de la fiesta había llegado.

Como era sábado, había decidido programar todo el día en función de la fiesta. Lo primero sería ir a comprar un pantalón informal pero nuevo, junto con una camisa manga larga a cuadros. Después de ello, tenía cita con mi peluquero, y cuanto todo estuviera listo, una ducha y tomaría rumbo al castillo.

A las 6:00 de la tarde, me subí a mi coche, revisé que mi invitación estuviera conmigo, y puse rumbo a la dirección de la fiesta. Era a las afueras de París, de manera que el trayecto, según mis cálculos podría tomarme un par de horas, dependiendo de las condiciones del tráfico.

Eran las 9:00 cuando llegué a la garita de seguridad. El vigilante me solicitó amablemente mi invitación, y se la entregué. Me pidió que me bajara del coche, que a partir de ese momento, él se encargaría de todo. Me pidió que si llevaba un móvil, lo dejara apagado dentro de la guantera del coche. Así lo hice. Me acompañó hasta la puerta de entrada del castillo, donde habían unas 30 personas más que iban a subir caminando una suave colina, hasta llegar al castillo, donde ya se avistaban las luces y la música electrónica de la fiesta.

El trayecto no fue largo. Calculo que recorrimos unos 600 metros, entre escaleras y rampas para subir. Al llegar a la entrada del castillo, un mesonero entregaba copas de champaña a cada uno de los que íbamos subiendo. Una vez dentro del castillo, nos separaron en dos grupos, las mujeres a un lado, y los hombres al otro. Cuando estaban todos los invitados ya separados en dos grupos de 25 cada uno, nos hicieron pasar uno por uno, por unos vestidores donde nos quitaron la ropa, y nos la cambiaron por un disfraz provisto de una máscara.

– Vaya, es una fiesta de disfraces, le comenté a uno de los que me ayudó a cambiarme la ropa.
– Eso puede parecer así, o bien puede que no, respondió.

Yo no entendía aquella respuesta un tanto enigmática, más sin embargo, me dejé que me pusieran el disfraz que según ellos me correspondía. Me ajustaron la máscara, para que no pudiera ver nada, y uno de ellos me acompañó hasta el salón donde se celebraría la fiesta.

Parecía que estaba en un salón muy grande, sí. Pero yo estaba completamente a oscuras. Mi único sentido útil era el oído. Los acompañantes que nos acomodaban allí, se aseguraban de nuestra comodidad. A mí, me sentaron en un sofá de terciopelo, aunque de color indeterminado.

Las puertas de salón se abrían y cerraban de forma casi simultánea. Lo que quería decir que seguían entrando hombres y mujeres, todos disfrazados y además, en la penumbra. Pasado un rato, ya no hubo más sonido de puertas abriéndose. Solamente se cerraron.

Pasaron un par de minutos, y nos dieron la orden para que nos quitáramos las máscaras. Lo hicimos todos casi simultáneamente. En efecto, aquel salón era enorme. Pero la luz, era tenue. Y empezaron a recorrer el salón, los mesoneros con bebidas y entremeses variados. Pero había algo más. Los mesoneros eran todos mulatos, con sus cuerpos desnudos, de tonos acerados, de sonrisa encantadora, musculados y brillantes bajo la luz de neón que todo lo cubría, mientras algunas azafatas eran rubias, altas, y solamente llevaban por vestimenta, una pajarita anudada a sus estilizados cuellos. De repente, en una esquina, se iluminó una silla enorme de cristal, donde estaba un hombre disfrazado. Nos dio la bienvenida a la fiesta, y nos felicitó por el éxito alcanzado durante el último año. Mencionó a algunos colegas, jefes, por sus nombres directos, y hubo algunos disfraces que movieron sus máscaras y le saludaron. Al final de sus palabra, hubo aplausos por parte de todos, yo incluido.

Sin embargo, durante el tiempo que lo pudimos ver todos, hubo un detalle interesante en él mismo y en su disfraz. Se había colocado una máscara que le cubría todo el rosto. Tenía una capa sujetada a un arnés de cuero. Su pecho, estaba cubierto por unos vellos ensortijados y canosos. Pero sus pectorales estaban perfectamente definidos debajo de sus vellos. Además, exhibía unos abdominales envidiables. Sus brazos, mostraban unos bíceps sólidos, voluminosos y con unas venas pronunciadas. Tenía unas sandalias de cuero, trenzadas hasta la rodilla. Unas piernas macizas y robustas como árboles, una cintura donde no había ni un asomo de grasa. Y en medio de todo, su polla, circuncidada, depilada y en la cual, asomaba una gota de semen, que brillaba tanto como un diamante.

Cuando los aplausos terminaron y la música empezó a sonar con fuerza, quise regresar al sofá de terciopelo donde me habían colocado anteriormente. Pero, sin percatarme, había otro hombre sentado en mi sitio. Cuando doblé mis piernas para sentarme, ese hombre me tomó por la cintura, y me empezó a abrazar con sus enormes brazos. Yo traté de escapar de ese abrazo, pero no pude lograrlo. Mientras con un brazo me tenía sujetado a su cuerpo, con el otro, metía su mano dentro de mi disfraz, hasta llegar a mi polla, que en aquel momento, se mostraba flácida. Me fue quitando distintas partes de mi disfraz, hasta dejarme con mi ropa interior. En un momento que tuve, pude levantarme y liberarme de las potentes manos de ese hombre desconocido, únicamente para darme cuenta de que todos los que estábamos en la fiesta, ya estábamos desnudos, sobando nuestros ansiosos y lujuriosos cuerpos, unos contra otros, vestidos únicamente con nuestras máscaras.

Aquella imagen fue perturbadora. Al lado mío, se encontraban dos azafatas cabalgando al mismo hombre. Un poco más allá, dos hombres se repartían los favores de un mesonero. En el centro del salón, dos parejas intercambiaban hombres y mujeres sin descanso, ni para sus cuerpos, ni para el placer que se daban. En un extremo, una mujer satisfacía los acerados miembros de dos mesoneros, uno por delante y otro por detrás, mientras, en su silla de cristal, aquel hombre formidable, daba cuenta de dos azafatas y de dos mesoneros, y para mi sorpresa, no parecían tener fin ni su lujuria, ni sus efluvios sexuales. Aquel hombre, definitivamente, era el campeón de todos nosotros. Volteé mi mirada hacia aquel hombre desconocido para mí, y pude percatarme del por qué no podía zafarme de aquel abrazo sorpresivo e inesperado: Era el jefe de los mesoneros el que me quería para sí. Me guiñó un ojo, y me indicó que me sentara a su lado. La mitad de sofá estaba libre, y me senté a su lado. Me besó con sus enormes labios gruesos, mientras me acostaba sobre el sofá. Yo no sabía qué hacer. Me dejé llevar por mi lujuria y en un arrebato de pasión, abrí mis piernas para que él dispusiera de mí como quería, como hombres. Se colocó lubricante en su mano y me fue introduciendo por mi ano, uno de sus dedos, mientras yo gemía de placer. Cuando me dilaté, introdujo dos dedos, cuya sensación era indescriptible para mí en ese momento. Una vez que pudo comprobar mi dilatación, se puso de pie, y se colocó un condón fluorescente. Cuando vi el largo y el grueso de lo que el condón recubría, comprendí que todo había cambiado para mí en un instante. Yo respiré profundo y traté de olvidar la imagen de su miembro, erecto, potente, viril, amenazante pero al mismo tiempo, tierno, amable, solidario, cariñoso, masculino y femenino, todo al mismo tiempo… Se acostó sobre mi cuerpo, tembloroso y me penetró. Primero con suavidad, y luego cuando ya comprobó que resistía sus embestidas, procedió a aumentar la velocidad y el poder de su miembro muy dentro de mí. Yo gemía y mi respiración se cortaba con cada nueva embestida. Él me miraba fijamente, con sus ojos marrones que no parpadeaban, apretaba sus labios con fuerza cuando más quería estar dentro de mi…

– Tómame, ahí me tienes, soy tuyo y tú eres mío… Mi amor…
– Somos hombres, nunca lo olvides, por más que yo esté dentro de ti, nunca olvides que somos dos y que somos hombres… Mi amor…

Me abrazó, y con su última embestida, rompimos el sofá y caímos al piso. En ese instante, él descargó toda su inmensa semilla dentro de mí. Y apoyándose en mis hombros, separó su cuerpo y se estremeció, y con él, su enorme pollón que estaba dentro de mí, y yo también me estremecí, igual que lo hace una hoja seca ante un huracán. Y luego, todos los que estaban a nuestro alrededor, y luego, los que estaban más allá, en una especie de efecto en cadena, que no dejó de estremecer a ninguno de los que allí estábamos, hasta que su efecto llegó al cuerpo del jefe, que se estremeció y empezó a flotar por el aire, mientras de su cuerpo, brotaban infinitas gotas de semen que brotaban de su ano, de su polla, y de cada poro de su cuerpo, y que todos lamían y bebían con avidez. El jefe, se vino levitando hasta donde mi hombre y yo nos encontrábamos. Con un movimiento de manos, los demás que estaban a nuestro alrededor se quitaron. El jefe se posó lentamente en el piso del salón. Mientras mi hombre y yo lo mirábamos asombrados, atónitos y asustados a la vez. Mi hombre llegó a su entrepierna y empezó a chupar de ella con una avidez que yo no consideraba humana. El jefe me ordenó acercarme a él. Y a pesar de que quise correr de prisa, una fuerza sobrehumana me levantó en el aire y me acercó a él. Llegué a estar frente a él, que era mucho más alto que cualquiera de nosotros. Y me acercó a su boca, y empezamos a besarnos. Agarró una de mis manos, y me puso a tocar su polla. Inmensa y palpitante. Sentí cómo se endurecía con cada latido de su potente corazón. También empecé a oír cómo se atragantaba mi hombre, el jefe de mesoneros. Un moreno espectacular. Lo vi levantar su miraba, y mirar al jefe, como quien implora clemencia. El jefe lo miró y empezó a levantar a mi hombre únicamente con su polla, mientras me mostraba cómo se había puesto de grande. Sí, en efecto, él era enorme.

El jefe de mesoneros salió disparado hacia el centro del salón. Llevaba todo su cuerpo lleno de semen, y todavía le salía a chorros por la boca. Los demás empezaron a lamer el semen que se destilaba por su piel. Pero él también empezó a crecer. No pasó mucho tiempo, y había dos hombres de tamaños sobrehumanos a ambos extremos del salón. Nos hicimos a un lado, y les dejamos que se reunieran en el centro del salón. El jefe y él se miraron mutuamente por más de un minuto. Luego, empezaron a mirar y a admirar mutuamente sus cuerpos, sus músculos, sus venas, sus inmensos órganos sexuales… Cuando se fundieron en un beso, y se acostaron en medio del salón, para proceder a disfrutar de todos y cada uno de los demás…

Debo decir, que jamás me había divertido tanto en una fiesta de empresa. Sí es cierto que perdí mi virginidad masculina, pero también fue de la forma y con el hombre apropiados… También descubrí nuevas fuentes de placer que hasta ese momento desconocía… Y también descubrí que puedo brindar placer de forma ilimitada, siempre que mi jefe de mesoneros esté conmigo… Soy un hombre multiorgásmico